Él se sentía incómodo, torpe; decidió que no tenía por qué ocultárselo, así que se lo dijo, como confesándose, aunque ella ya lo había deducido sin ninguna dificultad. Sin explicarse por qué, la situación le resultaba novedosa y todas las perspectivas de éxito que le acompañaban minutos atrás se habían evaporado por completo. Era obvio que nada iba a funcionar, ya se lo había comentado a su propia imagen en el espejo del baño.
Aún sin ganas, derrotado, se lío la manta a la cabeza y trató de vencer su miedo recién estrenado demostrándose a sí mismo que podía, sin más.
Desde el principio los besos resultaban vacíos, y así se los devolvió: si era lo que ella buscaba, sería lo que ella tendría; eso no le preocupó especialmente porque podría automatizar ese estúpido movimiento de lengua, sólo lo repetiría mecánicamente, una y otra vez.
Pronto se daría cuenta del error que cometía restando importancia a sus propios deseos.
Las caricias fueron lo primero en sacarle de quicio. Él buscaba un contacto cálido y sensual, pero por mucho que ella se esforzara en ocultarlo no pudo evitar reaccionar ante las cosquillas. El empleo sobre la cara interior de sus muslos no fue más productivo. Había perdido el contacto con todo lo que le resultaba atractivo de ella y, avergonzado, le incitó a girarse para no verle la cara.
Ya no tenía más cartas que mostrar, y cuando apartó el pelo de su cuello halló un último recurso. Al levantarle la camiseta quedó ante su espalda desnuda; hubiera preferido disfrutar de esa visión, pero se sentía presionado. Recordó su frustrado intento con las caricias, así que utilizó sus manos para cogerla con seguridad mientras recorría su costado, ahora con besos, ahora con leves mordiscos. En su recorrido descendiente sólo percibió que a ella se le ponía la carne de gallina; no buscaba provocar un escalofrío y al llegar a su trasero se vio al borde de un precipicio de ridículo absoluto. Así que lo pensó un segundo y, mientras apretaba las mandíbulas con el cuidado justo para no hacerla daño, concluyó que sólo se daba de margen hasta volver al cuello. No pudo evitar desandar el camino con más rapidez que a la ida. Cuando se quedase a solas lamentaría no ser capaz de recordar el olor de su piel desnuda. Sólo iba a recordar frío.
Aún no había sentido la paletilla contra su nariz cuando escuchó, al fin, una respiración entrecortada que podría ser parte de lo que estaba buscando. Su ausencia de fe era tal, que tuvo que asegurarse de que su imaginación no le estaba causando una falsa impresión: deslizó una mano con pavor, prefiriendo provocar dolor antes que al más mínimo atisbo de risa, en busca de una prueba de lubricidad. Ante el resultado positivo quedó francamente aliviado.
Ella asumió entonces como suya la responsabilidad de tomar la iniciativa, y él trató de dejarse llevar, fingiendo la reacción que supuso ella esperaba, echando de menos el contenido de un beso apasionado, insensible más allá de actos reflejos, pretendiendo comportarse como un hombre.
Recordó las malditas cosquillas, recordó que no lo deseaba (no así), que no tenía nada que ocultarle, y antes de darse cuenta estaba de nuevo al borde del precipicio; pero ahora arriesgaba en contra de sus posibilidades y decidió retirar la apuesta.
Ella también pareció aliviada de una carga que no le correspondía.
Tras pocas explicaciones, innecesarias para ambos, se quedaron hablando como un par de amigos. Se hallaron a gusto compartiendo sábana, y dejaron de lado su literal desnudez para dar paso a otra más íntima. Inconscientemente, él la acariciaba sólo cuando era su turno al hablar, pero al escuchar no hacía ninguna otra cosa salvo prestarle toda su atención. Ella no se dio cuenta de cosas como esta, pero disfrutó de cómo él le hacía sentirse, y no puso objeción a dejarse descubrir.
Después de todo, encontrarse cómodos el uno al lado del otro era tan fácil como dejarse encontrar, y la cama no daba muchas posibilidades de esconderse.
Se despidieron sin mucha convicción, torpes de nuevo y por última vez.
“Una espera otra cosa del bis a bis con un violador”- pensó ella mientras el funcionario de prisiones le extendía un formulario. Si iban a preguntarle por su nivel de satisfacción, tenía clara la respuesta.
Muy bueno ese final rompiendo todos los esquemas. Da la sensación de que está muy trabajado este texto
ResponderEliminarOjalá fuera un sensación ficticia!! me encantaría poder decir que salió y punto. Me encantaría decir también que es justo lo que quería escribir. Pero sigo trabajando ( y encima hay que maquillar este descontrato, os odio casi tanto como os quiero por animarme a empezar).
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